PARADISE LOST - PARADISE LOST

Crítica

“La vida no es justa”; creo que tal idea no coge a nadie desprevenido a estas alturas de la película. Por uno u otro motivo todos hemos recibido pruebas de ello a lo largo de nuestras más o menos miserables existencias. Si descendemos del limbo de la pseudofilosofía de mercadillo y nos centramos en el ámbito estrictamente musical (y si puede ser en esta especie de inframundo que es el metal mejor que mejor) encontraremos sin ninguna dificultad multitud de ejemplos que ratifiquen esta tan simple como cierta premisa.

Todos conocemos bandas de increíble talento que jamás consiguen ni el más mínimo reconocimiento por parte del público (vamos, que no venden más de catorce copias de cada cd ) así como otras que de la noche a la mañana con su primer disco alcanzan el éxito y que bien logran mantenerse ahí arriba algún tiempo o acaban por desvanecerse sin pena ni gloria. Paradise Lost son un caso extraño y atípico mezcla de ambos fenómenos, algo, a mi juicio, terriblemente injusto. Comenzaron sus pasos a finales de los ochenta y con su metal lento y oscuro pronto se convirtieron en estandartes del movimiento Doom-Death de la primera mitad de los noventa junto a otros mitos vivientes como los inamovibles My Dying Bride o los cada vez más refinados Anathema. Con Icon (1993) y Draconian Times (1995) marcaron auténticos hitos de popularidad y ventas dentro de la “música depresiva”. Fueron incluso encumbrados por la prensa inglesa como los sucesores naturales de Iron Maiden. (razonamiento que, por cierto, aún no acabo de comprender).

Pero algo salió mal. La constante evolución que había caracterizado a su hasta entonces siempre ascendente carrera dio su fruto más oscuro en 1997: One Second. Este disco dejaba atrás gran parte de la agresividad y la “caña” propias de una banda de metal para dar paso a multitud de teclados y samplers que hacían pensar más en la dark wave y el rock gótico de los ochenta. Todo esto se vio acompañado por un siempre polémico cambio de imagen ( vamos, que se cortaron el pelo). Gran parte de la crítica y de los fans comenzaron a renegar entonces del grupo. Irónicamente, con el paso de los años One Second es considerado por muchos como uno de sus mejores álbumes, si no el mejor.

Después, en Host (1999) y Believe in Nothing (2001) no hicieron más que seguir despistando al personal con sus devaneos popero-electrónicos, pero sin perder jamás esa calidad marca de la casa. Hace ya un par de años sorprendieron al planeta con otra absoluta y arrolladora obra maestra, Symbol of Life, en la que retomaban muchos elementos y actitudes netamente metálicos pero, paradójicamente, sin que ello supusiera o supusiese un retroceso en su incesante evolución. Fue como si Paradise Lost “hubieran vuelto”, pero ¿de dónde?, si nunca se habían ido.

Ahora, y tras varios retrasos, nos llega un álbum que acertadamente lleva el mismo nombre que la banda. Algunos podrán pensar- si es que aún queda alguien que se dedique a tan cansina actividad- que esta homonímia (¿existe esta palabra?) no es más que un britaniquísimo ejercicio de pereza mental, pero al profundizar un poco en el disco en cuestión (que es de lo que se supone que trata esta reseña) uno se da cuenta de que en él se recoge mucha de la esencia de lo que ha significado Paradise Lost a lo largo de su dilatada carrera. No es un disco que se adentre más en la electrónica, no es un retorno al estilo Gothic-Doom que tanto éxito les reportó, no es una simple “vuelta a la caña”. No señores y señoras, estamos ante una banda que no necesita “bajarse los pantalones” para contentar a sus fans y seguir así viviendo de ello. Estos tipos saben lo que se hacen y siguen un camino único y personal que les conduce hasta discos como éste, cuya descripción más sencilla, breve y acertada sería: Paradise Lost sonando a Paradise Lost. Un poquito de caña, un poquito de arreglos de cuerda, un poquito de electrónica, unos cuantos solos de guitarra, estribillos pegadizos, voces limpias combinadas con otras mucho más agresivas, etc.

Si nos adentramos un poco más en los detalles cabría destacar la labor de las guitarras, especialmente en la de ese genio en la sombra que es Greg Mackintosh. Este nuevo trabajo suena mucho más orientado al directo, menos electro-gótico que Symbol of Life y esto es en gran medida debido a la presencia constante de riffs contundentes y solos, aunque en ningún momento desaparecen los teclados ni los sonidos digamos “modernos”. Las melodías de guitarra son 100% marca de la casa, cualquier fan de la banda podría reconocerlas entre un centenar de imitadores, aunque también es cierto que, a mi gusto, algunos de los solos no son todo lo excelentes que cabría esperar del señor Mackintosh, pero ya es cuestión de gustos. También llama la atención la inclusión después de diez años de guitarras acústicas en un par de temas, algo que sinceramente agradezco y creo que ofrece variedad al producto final.

El otro gran pilar sobre el que se sostiene el disco y la banda en sí es ese hombre de humor extraño llamado Nick Holmes. En todos y cada uno de sus trabajos su voz ha sonado brillante (desde los tiempos guturales de Gothic (1991) hasta los registros suaves y nítidos de Host) pero es que aquí se supera a sí mismo. Tanto su timbre, sus melodías, sus distintos registros como su interpretación son simplemente magistrales. El resto del grupo tampoco es que sean mancos pero no alcanzan el protagonismo de los arriba citados. Tras la expulsión de Lee Morris (con lo majo que parecía el tío) las baterías han sido grabadas por Jeff Singer, al que algunos conoceréis por haber tocado con Blaze, y la verdad es que no se nota mucho la diferencia.

Las canciones de este Paradise Lost son cortas y de estructura sencilla, algo que llevan haciendo desde sus inicios, con estrofas concisas y estribillos pegadizos. No busquéis aquí cambios de tono o de ritmo abruptos ni compases imposibles, aquí todo está al servicio de los temas, sin florituras técnicas ni sobreproducciones rimbombantes, sólo buenas canciones, muy buenas, que al fin y al cabo es de lo que se compone un disco. En ellas se puede apreciar como el grupo ha sabido crear un sonido propio, fieles a su estilo pero sin despreciar en ningún momento la influencia de bandas más jóvenes y sonidos actuales. Son temas que suenan a año 2005, ni retorno al 1993 ni exploración desaforada en nuevas tendencias. Si tuviera que destacar algunos serían Don’t belong y Over the Madness por su solemnidad, Grey, Forever After y Accept the Pain por ser absolutos trallazos para el directo y Redshift y Shine por su belleza. Si podéis haceros con el single en edición limitada de Forever After encontraréis joyitas como Santamonious You o A Side You’ll Never Know que bien hubieran merecido haber formado parte del álbum.

Como conclusión a esta crítica creo que únicamente me queda el recomendar a cualquier aficionado al buen rock o metal inteligente que se acerque a este disco sin prejuicios y lo disfrute en toda su intensidad (que no es poca). Tal vez para algunos no resulte tan sorprendente ni ecléctico como lo fue Symbol of Life pero desde luego creo que se trata de todas formas de un excelente trabajo. Si toda esta nueva generación de chicos y chicas que han descubierto el término “gótico” con Evanescence o H.I.M. (y, ojo, lo digo con todo el respeto) le diera una oportunidad a este cd creo sinceramente que se llevarían una agradable sorpresa y es que este grupo merecería estar hoy por hoy en lo más alto de todas las listas pues su propuesta atesora por igual calidad y accesibilidad.

En definitiva, si has seguido a Paradise Lost desde sus inicios y sus últimos trabajos no te gustaban puede que este te haga cambiar de opinión. Si eres de los disfrutan de su etapa post-One Second no sé qué diantres haces aquí leyendo esto, ¡corre a comprarlo ya!. Y si eres de los que nunca te has acercado a esta últimamente infravalorada banda y te gusta la música oscura y bien hecha apuesto a que no te defraudarán en absoluto. Puristas abstenerse.

Puntuación: 9

Autor: Fran M M S

<< volver a discos